Eso que cargan en carretillas
no son hombres sino trapos.
Sus cuerpos reducidos a caricaturas
no son carne, ni huesos, sólo plástico.
Los seres que miran este espectáculo
de humo y cartón piedra
ya no llevan consigo lágrimas ni penas.
No son hombres, están vacíos.
Torsos acostillados, articulaciones hinchadas,
cuencas hundidas, pies llagados,
cabellos ralos, piel macilenta,
sangre y sudor diluidos todos en una mente vencida.
No son hombres. Reducidos a bestias,
sus ojos sólo llevan incomprensión y miedo.
Aquellos que aún guardan valor para luchar
han descarnado su corazón con sus instintos.
El frío inhóspito de la inmisericordia
los ha transformado a todos:
prisioneros, carceleros, esclavos, delatores,
médicos, sanguinarios, fanáticos, soldados.
Cada uno ha encontrado en el campo una muerte.
Salivando el hedor de la combustión malsana,
resecos los pulmones, a falta de lágrimas,
no son hombres, ya nunca serán hombres.
no son hombres sino trapos.
Sus cuerpos reducidos a caricaturas
no son carne, ni huesos, sólo plástico.
Los seres que miran este espectáculo
de humo y cartón piedra
ya no llevan consigo lágrimas ni penas.
No son hombres, están vacíos.
Torsos acostillados, articulaciones hinchadas,
cuencas hundidas, pies llagados,
cabellos ralos, piel macilenta,
sangre y sudor diluidos todos en una mente vencida.
No son hombres. Reducidos a bestias,
sus ojos sólo llevan incomprensión y miedo.
Aquellos que aún guardan valor para luchar
han descarnado su corazón con sus instintos.
El frío inhóspito de la inmisericordia
los ha transformado a todos:
prisioneros, carceleros, esclavos, delatores,
médicos, sanguinarios, fanáticos, soldados.
Cada uno ha encontrado en el campo una muerte.
Salivando el hedor de la combustión malsana,
resecos los pulmones, a falta de lágrimas,
no son hombres, ya nunca serán hombres.
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