Arthur Conan Doyle era escocés, uno más de los que nacerían en Edimburgo en 1859, y no precisamente el único insigne llorón que dio a luz esa ciudad (berrearon en su día contra las calles de Edimburgo: Scott, Stevenson, etc.). Fue educado por los jesuitas, aunque abandonaría la fe católica. Y, lo más importante, no era Sherlock Holmes.

Arthur Conan Doyle, no olviden ese nombre, era hijo de un arquitecto y nieto de un famoso caricaturista de la época (John Doyle bajo el pseudónimo de H.B.) pero se licenció en medicina y trabajó como tal. Mamá era Irlandesa y católica. Se llamaba Mary Foley, recuerden ese nombre también.

Arthur Conan Doyle escribió una apreciable obra. Relatos históricos como El Protegido de Napoleón (1897), relatos de médicos y del mundo del boxeo, temas espiritistas, relatos de terror y relatos de aventuras como las vividas por el profesor Challenger en El mundo perdido (1912), entre otras. En fin, las novelas sobre "el otro" no fueron su única producción.

Pero es que Arthur Conan Doyle se vio pronto absorbido por Sherlock Holmes, aunque él nunca lo hubiera deseado y acabara odiando al detective.

Sherlock Holmes que habitaba el 221b de Baker Street apareció por primera vez en 1887 de entre las páginas de Estudio en Escarlata y dio a Doyle una gran suma de dinero a lo largo de su vida, pero a cambio le arrebató la fama. En un primer intento por librarse de la criatura Doyle escribió Su último saludo en el escenario donde apostillaba un prólogo de despedida:

"Esto tiene que acabar, y Sherlock Holmes debe seguir el camino de todo lo que es carne en el sentido material o en el de la fantasía. Es grato pensar que existe algún fantástico limbo para las criaturas de la imaginación, algún lugar desconocido e imposible en el que los elegantes de Fielding siguen haciendo el amor a las hermosas de Richardson y se contonean pomposos los héroes de Scott y los encantadores cockneys de Dickens arrancan todavía risas, y los mundanos de Thackeray persisten en su conducta censurable. Quizá Sherlock Holmes y su Watson hallen por algún tiempo un rincón humilde en este Walhalla."

Pero no lo logró. El problema final no lo fue en absoluto. Sherlock Holmes, seguro que recuerdan ese nombre, regresaría de su encuentro con la muerte en las cataratas Reichenbach (donde sí murió el pobre Moriarty, lloremos al Napoleón del Crimen). La Aventura de la Casa Vacía lo haría reaparecer.

¿Porque? Doyle odiaba a Holmes desde que éste se había inmiscuído en relatos que no le correspondían. En El perro de los Baskerville, Doyle se encontró con una terrible verdad: sólo Holmes podía resolver el misterio que el gran novelista había urdido. Al final, Holmes se hizo con la situación. El perro fue vencido... pero a qué coste.
Cuando Doyle decidió matar a Holmes, le llovieron cientos de cartas. Su público, que había llegado a pensar que Arthur Conan Doyle era el pseudónimo del propio Holmes o quizá del Dr. Watson, ese público no podía permitir que su héroe (antihéroe por derecho propio) muriera. Tal vez fué eso, las cartas, las de los aficionados o la de Mary Foley, su madre (les dije que recordaran ese nombre):

"NO DEBES, NO PUEDES HACERLO; NO LO HARÁS"

y ya se sabe: has de hacer caso a mamá....

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