Un penique por tus recuerdos

El día que descubran cómo funciona realmente la memoria habremos descubierto la mitad de lo que somos:


Los domingos solíamos ir a comer a casa de mis bisabuelos. Nos juntábamos entorno a las dos mesas de madera entre 8 y 10 personas. Cocinaban mi abuela y su hermano: tortilla de patata, guisos, rollos de carne, aquella mahonesa casera que nunca me gustó (ni me gusta), la crema de higos para acompañar los filetes, las sopas, el arroz con leche...

Mi bisabuelo siempre se sentaba de espaldas al armario de madera oscura del que sobresalían una historia de Valladolid y algunos diccionarios. De él, de mirarlo a través de las fuentes y los vasos, aprendí el valor de lamer el plato cuando la salsa era buena ("pero si el bisa lo hace mamá"); Aprendí el sabor de aquellos bombones de chocolate y guinda rellenos de licor; y que las naranjas sabían siempre igual de mal pero eran más divertidas cuando las pelaba él: dejando la piel partida en dos mitades perfectas en forma de cuencos.

No recuerdo el tono de su voz pero no importa. Recuerdo que me gustaba sentarme con él a ver los toros pasar. A él le gustaban los toros, a mí me daban igual. Luego me hice un poco más mayor y leí a Miguel Hernández [1] y a Lorca [2] y los toros me siguieron dando igual pero me gustaba sentarme a verlos pasar con él. Crecí un poco más y dejé de mirar los toros pero aprendí que él aceptaba con la misma felicidad que lo ayudara a afeitarse con aquella maquinilla Philips de triple cabezal rotatorio. Yo no tenía ni un sólo pelo negro en la cara pero aprendí deprisa.

Luego heredé aquella maquinilla fiel y resistente; y los toros me siguieron dando lo mismo.

Al final de aquellas tardes de domingo (cuando mi bisabuela no miraba) él me llamaba con un dedo, me decía ven ven y sacaba de su bolsillo las monedas que tuviera; Eran cien pesetas, doscientas... lo que tuviera de ir a por el periódico o a por los pollos asados del final de la calle. Nos separaba una monarquía, una república, dos dictaduras, una guerra civil y varios tangos; pero cuando metía aquellas monedas en mi bolsillo y le daba las gracias con dos besos, nos unían todos los secretos del mundo.

Y los toros, por supuesto, nunca más los he visto pasar y me dan igual.



[1] El autor se refiere al poema: Como el toro he nacido para el luto...
[2] Una vez más el autor nos remite al conjunto elegíaco de Llanto por Ignacio Sánchez Mejías

NdE: A petición del autor las notas al pie de páginas serán eliminadas.

Pues eso. De vez en cuando todos nos ponemos nostálgicos.

2 comentarios:

Milady dijo...

Y es genial ponerse nostálgico. Un besito.

mi dijo...

Christian, esto me llegó al corazón...
QUE BELLO que escribas así, que lo recuerdes así y que relaciones las cosas de esta manera, porque todo, combinado, hacen un BELLO gigante.
Deberías ponerte nostálgico más seguido :D

Muchos besos apellidobonito.

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